He vuelto para volver a irme. Nunca pensé en que conocer cosas nuevas fuera tan agotador y menos, que volver a casa a cocinar y lavar ropa fuera algo que ansiara. Hace algunas semanas salí de Salamanca a un viaje que sería la experiencia de mi vida, y aunque no la mejor, fue sin duda una grande.
Perdón si me voy por diferentes cosas, si me desvío del tema o no soy concreta, es solo que tengo un montón de sensaciones y palabras atascadas en este momento que no sé por dónde empezar.
Ah, sí… Salí de Salamanca en busca de no sé qué, por aquellos lugares en donde la gente se toma fotos y luego publica alardeando de haber estado allí. Sí, soy una de esas que también quiere decir estuve ahí, pero más que eso sentirlo. Soy de esas que les gusta tomarse el tiempo, caminar sin prisa, cerrar los ojos de vez en cuando y escuchar, oler y sentir; soy de esas que no le gusta la multitud, el ruido y los niños llorando; soy de esas que prefiere observar y escuchar el comportamiento de las personas, reírse y/o aprender de eso; y de esas que critica la pérdida del valor de la fotografía en cada uno de esos lugares. Claro que también soy de esas que toma fotos para no olvidar lo que ve y de las mismas que cuando las ve las critica porque no se ve nada, esta torcida, o borrosa, de esas que no quiere tomar tantas y cuando vuelve se arrepiente un poco…
El valor de la fotografía… Recuerdo que antes mis papás tenían una de esas cámaras de rollo que solo sacaba algo así como 20 fotos y que se cuidaba especialmente cada detalle, porque no se podían desperdiciar, luego las imprimían con la ilusión de encontrar alguna sorpresa y las colocaban en un álbum una por una, viéndolas detenidamente… como me gustaba pasar las tardes sacando los álbumes familiares y verlos por horas una y otra vez, revivir aquel momento y hacer que cada imagen cobrara vida en mi cabeza. ¿Y ahora? Eso no existe, las fotos no tienen el mismo valor, y me estrello con las personas y hasta conmigo misma viviendo el momento a través de una pantalla. Dado que visitamos personas con lugares y no lugares con personas, me tropezaba continuamente con palos de selfies y pantallas de celulares, y por supuesto tuve la fortuna de posar y aparecer en las fotos de miles de desconocidos.
De los lugares me quedo con muchas cosas, con la sorpresa que me trajo Milán y su inmensidad, con la perfección de Roma y las ganas de volver por lo que no dio tiempo y esos árboles que parecen brócolis gigantes en todo lado, con el espantoso olor de Venecia y la fantasía de sus islas y máscaras y por supuesto con el italiano (y los italianos). Me quedo con los semáforos de Viena y su arquitectura. Con los coloridos pesebres de Cracovia y su comida. Con el amor hecho cantante en Praga y su belleza desde cualquier punto de vista y con la tranquilidad que me brindó Franfurt después de todo.
De la experiencia me llevo todo, una maleta más ligera, fuerzas para la gripa, una mejor alimentación, unos mejores zapatos y en definitiva un mejor plan.
Y bueno, después de varios días, 2 aviones, 8 buses y un carro, volví a la que puedo llamar ahora con propiedad “mi casa”, dormir en –mi cama- y preparar –mi comida-. Sí, mamá, ya cocino y me encanta hacerlo. Me encanta volver a la soledad, mirar al techo y no hacer nada, arruncharme espichando la almohada y quedarme dormida viendo películas…
Por supuesto que no me creo lo que está pasando, que tengo entregas y exámenes en un par de días, que me voy de viaje en ocho días y vuelvo a casa (a mi casa real) a final de mes, que vuelvo cuando mis clases ya han empezado y que muero por volver a ponerme en forma otra vez. Sí, aun no entiendo lo que está pasando y qué mejor que escribirlo para confundirme más…
Las experiencias son aquellas encargadas de estrellarnos contra el mundo y recordarnos el valor de todo y todos…
Hoy y siempre valen los abrazos, esos que rompen costillas y desahogan el alma.
¡SALUD, POR LOS VIAJES, POR EL CANSANCIO, LAS EXPERIENCIAS, LOS ERRORES, LAS PERSONAS, POR TODO, SALUD, SALUD, SALUD!