Después de un fin de semana en Andalucía con un clima cálido y poca ropa, en un caótico pero emocionante viaje con algunos amigos de Salamanca, bajé varios grados hacia el otro lado de Europa, en un viaje esta vez con encuentros inesperados, frio y mucha, mucha ropa.
Me fui para Amsterdam, un viaje que llevaba planeando poco más de un mes. El plan era llegar y encontrarme con Leidy. A Leidy la conocí en Deca. Deca es una escuela de formación actoral en la que pasé más o menos 6 años de mi vida, que me llenó de conocimiento, amor, experiencia y muchas personas bonitas. Mi último año en Deca, hacia finales de 2013 conocí a Leidy, quien en ese entonces era coordinadora (mis respetos y admiración para tan agotador trabajo), Leidy era ese ser atrapado en un cuerpo de niña con alma de abuela y empezamos a hablar (de esas cordialidades a las que uno se somete cuando se vive en sociedad). ¿Quién iba a pensar que después de un par de años nos encontraríamos al otro lado del “charco” para pasar unas cortas vacaciones?
Leidy se había tomado el trabajo de organizar todo y yo me di a la tarea de aceptar su horario y lo primero que tenía que hacer era ir a recogerla.
Después de una noche en el aeropuerto, había llegado a Amsterdan, pero primero tenía que salir de ese laberinto en el que había aterrizado, mi torpe ingles me sirvió para encontrar el tren que me llevaría a la estación del encuentro y ¡oh sorpresa! En cuestión de minutos el tren empezó a salir de la ciudad y lo único que veía eran vacas y campos verdes. “¿en dónde estoy? Mierda, ya me perdí”, pensaba, mientras tomaba impulso para preguntar (porque preguntando se llega a Roma, o a Amsterdam, o a donde sea), una pareja muy amable me ayudo a salir de allí y tomar el tren correcto de vuelta a la ciudad y llegué sin mucho apuro. Lo que siguió estuvo bastante bien, la llegada al Hostal, un lugar totalmente inesperado, con un ambiente artístico de colores, limpio y bastante cómodo. Gracias al plan de Leidy sabíamos a donde teníamos que ir pero no estábamos cumpliendo el horario, que se fue reformando en la marcha.
En este viaje tampoco conocimos al amor de nuestras vidas, pero pudimos recrear la vista. Las personas fueron bastante amables y colaborativas. Caminamos por muchos lugares, conociendo y disfrutando del lugar, vestidas casi igual cumplimos con los objetivos del viaje, nos conocimos entre chocolates y hamburguesas, entre papas y cerveza, entre yerba y putas, entre risas y neurosis.
Amsterdam no existe en una palabra, existe en muchas, en historia, museos, canales y calles y ahora en nuestros recuerdos. La ciudad nos acogió con un otoño de árboles amarillos y rojos, con un frio penetrante, de esos que congelan la piel y refrescan el alma.
El final no lo logramos, los wafles se quedaron esperando ser mordidos por mí, y correr llenas de maletas, perdidas en las eternas calles no nos alcanzó para tomar el bus en el que Leidy tenía que irse para volver a casa, pero nada puede ser demasiado malo como para borrar lo felices que fuimos, lo mucho que reímos y todo lo que conocimos y aprendimos.
La vida está constantemente regalándonos todo, somos nosotros los que tenemos que aprender a darnos cuenta de eso, porque no solo las grandes cosas son las que nos hacen felices.
¡SALUD, POR LEIDY, POR AMSTERDAM, POR COLOMBIA ALREDEDOR DEL MUNDO, POR LAS NUEVAS EXPERIENCIAS, POR EL FRIO Y LOS APRENDIZAJES, SALUD, SALUD, SALUD!